lunes, 29 de mayo de 2017

El calendario sin días de Ana Oréxica

Te esperaba. Los espejos siempre necesitamos de alguien para justificar nuestra presencia. Tenía ya ganas de replicar tu imagen.

Pues yo no!  Me obligan a mirarme en ti para que me digas que estoy muy delgada, y eso no es cierto.  Me veo gorda, demasiado gorda.  ¿Quién lo va a saber mejor que yo, eh¡?

Tu no eres tu.  Cierto es que una imagen no tiene por qué responder a la verdad, pero admite que también puedes estar equivocada en tu apreciación sobre ti misma, no?

Todos me machacan con la monserga de que estoy cadavérica.  Suelo no responder a eso e internamente pienso que me tienen manía.  ¡A ellos que coño les importa!

Te veo muy irritada...

Me paso el día discutiendo y peleando con mi madre por el tema de la dichosa comida. Nos hemos llegado a estirar de los pelos revolcándonos por el suelo.  Mi padre ha renunciado a darme consejos o elevar advertencias.  Me ha dejado como un caso perdido y prefiere que sea mi madre la que se enfrente a mi.  La verdad es que no me dan ninguna pena, como tampoco la siento por mi misma.

¿Qué has comido hoy?

¿También tu vas a repetirme otra vez esa estúpida canción?... un zumo de frutas y dos galletas, para que te enteres alcahuete.

¿Y eso te parece suficiente para una muchacha de 16 años? 

Ya ves que si, aquí estoy.  Además he hecho ejercicio.  Tras el desayuno he caminado sin rumbo fijo casi cuatro horas por ahí.  Me alejaba de vosotros, no sabía hacia dónde iba, pero caminaba velozmente sin detenerme.  No siento el cansancio ni apenas sudo.

¿No te parece que has consumido más energías de las que le has echado al cuerpo?

Ya salió el doctorcito¡ Estoy igual que antes, cabezón, ¡a ver si te fijas bien!

Veo una mujer sin curvas, sin apenas pecho, un esqueleto envuelto en un "collage" de piel humana. ¿Dónde escondiste tus partes eróticas, tu capacidad de seducción y de agradar?

¿Mi qué...? Eso no va conmigo, majo.  De qué tipo de porquerías me hablas... las curvas para las montañas, que yo ya estoy bien así.

Me refiero a que a las mujeres, en general, les gusta agradar, que los chavales se fijen en ellas.  Realzan su figura, exaltan las sinuosidades de su cuerpo, los pechos, las caderas.  Las complace sentirse deseadas.  El deseo, ese laberinto metonímico...

(Ana permanece en silencio tras las últimas reflexiones de su espejo y pone cara de mohína, como si la hablasen de algo que no tiene nada que ver con ella)...
Fuí casi siempre una niña obediente, hacía los deberes, ayudaba a mi madre en casa, cuidaba de mi abuela que vivía con nosotros y estaba enferma.  Preparaba para todos la comida en casa ya que mis padres trabajaban los dos.  Aun así sacaba buenas notas en el colegio.  Como no salía a jugar a la calle apenas y era además agradecida con la comida, estaba un poco rellenita.
Al poco de cumplir los 13 años tuve la menarquía, ¡vaya asco!, qué cosa tan absurda.  Me sentía sucia y odiaba notar dentro de mi las señales de su presencia.
¡ No pongas cara de asombro, trozo de cristal, al fin y al cabo, yo no la había invitado a formar parte de mi vida, tenía derecho a enojarme, no?  Por cierto, ya hace medio año que se me retiró.  No la echo en falta ni deseo volverla a tener.  El médico dice que ya no me viene porque mi organismo no soportaría más pérdidas.

Es curioso que algo dentro de tu organismo se cuide de ti aunque tu no lo hagas.  Hay que ver lo "desaboría" que eres.  Estás más amargada que una rana en un baúl de serpientes.  Sonríe por favor, que todavía es gratis.

Te crees muy gracioso, cualquier día vas a pagar tu los platos rotos.

Hablando de platos, ya verás cómo se pone tu madre cuando descubra que has vuelto a tirar la comida por el retrete, o que la mayoría de días vomitas lo poquito que ingieres.

Prefiero sus broncas a "papear".  A mi ya no me van a volver a insultar llamándome "fatibomba", "foca marina" y mierdas por el estilo.  Me sentía fatal cuando me decían estas cosas los compañeros de clase, fue como si algo se desquebrajase dentro de mi.  Tomé la secreta determinación de que nunca más iban a reirse a mi costa.
Empecé a comer cada vez menos. Seleccionaba todos los alimentos en función de las calorías que podían contener.  Evitaba los dulces y las grasas. La reducción de ingesta se hizo cada vez más drástica y mis padres comenzaron a alarmarse.
Me llevaron a un montón de médicos.  Todos me llenaban de buenos consejos y los pediatras me recetaban vitaminas, reconstituyentes y demás potingues para que recuperase el apetito.
En realidad ninguno tenía ni puta idea de lo que a mi me pasaba, ni siquiera yo misma.  Yo no tenía apetito de comer ni de vivir.  Me había acostumbrado a vivir así y me sentía mejor conmigo misma.
Esa era mi opción en la vida pero nadie lo aceptaba, todos me regañaban.
¿No llevaban una existencia parecida los místicos de siglos atrás?  O esas monjas de clausura con sus constantes ayunos, su extrema frugalidad hacia todas las cosas.  Tal vez yo sea una mística del siglo XXI, una especie de espartana no preparada para el combate con los demás, sino simplemente, para la lucha contra mi propia vida-muerte.

¿No estarás llevando las cosas demasiado al extremo?

Qué fácil es perderse por la geografía que nos inviste la necesidad de ser.  No acepto ser mujer, pero tampoco hombre.  ¡Pobres mujeres y pobres hombres!  Cada cual aferrándose a su pedacito de corcho en el gran naufragio de nuestras vidas, y entre tormenta y batalla, una efímera y lánguida brisa de AMOR.  Qué caro nos sale cada beso, qué escasas las recompensas al esfuerzo sincero.
Estudiar, buscar trabajo, un marido, los hijos, ese es el cebo que me ofrecéis para que pesque en la vida.  Nada de eso me interesa.
Pero no me dejan, me han postrado en la cama de un hospital con un catéter pinchando mi vena, inyectándome a la fuerza un suero que no me deje morir.  Necesitan calmar sus conciencias y poder decirse a si mismos que han hecho todo lo posible por salvarme, pero de qué, de algo que ha de llegar igualmente un día u otro pero que no me dejan elegir.
El psiquiatra vino a visitarme hace un rato, dice que padezco una leucopenia y que eso es muy serio. Me bombardea constantemente con sus preguntas y observaciones, a pesar de que es consciente de que no le hago ningún caso.  Ni soporto escucharle ni entiendo la mayoría de cosas que me dice. Debo de ser un gran reto para él.   Se enfurece mucho cuando se percata de que he arrtojado la comida al váter o por la ventana.  Creo que al menos estoy algo contenta de que permita que mi madre me acompañe día y noche en la habitación.  A ella también la bronca en cantidad, dice que estamos agilipolladas y acojonadas las dos y que nos va a despabilar, ya que no lo ha hecho mi padre.
Hay otras chicas como yo en esta mismas planta.  Se ve que hay menos casos en niños. Me he hecho amigas y nos pasamos el rato juntas criticando al psiqui y paseando por todo el hospital.  Tengo aquí mis libros, mi música favorita, los posters de mis ídolos, mis cosas personales. Elijo mi propia dieta alimenticia aunque acabo marraneándolo todo y no como casi nada.  Me ha dicho el doctor que si pido algo más de cantidad me dejará ir a casa el fin de semana, con mi padre y hermanos.
Ayer vinieron de visita algunas compañeras de mi clase, pero la verdad es que no sé si eso me puso contenta.
Me miraban como si les repugnase mi aspecto, parecían asustadas como si padeciese algo contagioso. Mi hermano Ramón me dijo que se había sentido como en un circo en el que yo era una especie de esperpéntica atracción.  Yo no sé qué sentí.  Debe ser cuando menos desconcertante, no poseer nunca certeza de lo que se siente, ni encontrarle significado a las emociones.  No saber qué se piensa, ni la finalidad de las ideas.
Quiero ser pero no quiero sufrir, el dolor me asusta, me arrastra a los abismos.  Cuando como algo más de lo habitual me duele el estómago.  Me contesta que es que se me ha encogido el estómago de no usarlo apenas.

Parece que vas estando en condición de poder comprender las cosas de otra manera, que vas asumiendo que es a través del dolor como alcanzamos la madurez. Para un bebé es placentero y doloroso comer, es doloroso pensar, es inquietante el desplazamiento de su cuerpo en el espacio, todo aprendizaje es traumático física y psíquicamente y quizá, la verdadera madurez consista en saber modular adecuadamente nuestro propio dolor y el que causamos a los demás.

(Ana parece no escucharle, su pensamiento se ha ido muy lejos en el espacio-tiempo)  Tal vez lo mío sea un trastorno del ser, un camino más de los muchos que puede tomar el ser humano en su inexorable camino hacia la muerte, ruta plagada de vericuetos y algún que otro atajo.