domingo, 28 de abril de 2013

Sabios, pícaros y demás

Cuando evocamos la figura del sabio, es factible que acuda a nuestras mentes el rey Salomón y aquel famoso juicio donde se dirimía la legítima filiación de un bebé.
Imagino a P.P. y P.S.O.E disputándose España, pues la península ibérica, que es femenina, tiene dos machos que dicen ser su legítimo esposo. Imagino al pobre rico rey Salomón, aburrido de ver un partido de tenis (singles) interminable y deseoso de irse a cenar y  acostarse con sus concubinas, dicta como sentencia partir España en dos.

Gallegos, vascos y catalanes se apresuraron, al alimón, en invocar a su majestad: ¡¡Que sean cinco trozos, por favor!!.  Si pensamos detenidamente nos daremos cuenta de que el loable y sabio acierto del rey consistió en poder manejar la variable emocional de forma adecuada (las neurociencias huyen de las emociones y cuando hablan de ellas, se estriñen y constriñen, degradándolas a pura química. No veo por qué no pueden ser simultáneas, como el artefacto y su onda en física cuántica). Al decidir partir el niño en dos afloró  la auténtica madre, dispuesta a ceder su amado retoño a la impostora, con tal de preservar su existencia. Salomón escuchó los sentimientos, no las palabras.

Al digerir la sentencia y tras las azoradas réplicas nacionalistas, el Partido Popular (ahora más bien impopular), henchido de papanata patriotismo y sabedor de que son los dueños de España de toda la vida, se desgarraron las vestiduras y desollaron su piel, con tal de no ver la otra piel, la de toro, convertida en un patético "patchwork".  ¡Renunciamos a ser los legítimos dueños de España, su majestad! ("por el mar corre la liebre, por el monte la sardina, vamos a contar mentiras tra-la-lá, vamos a contar mentiras...)

Bromas delirantes aparte, en el mundo de la política no caben los sabios, y si alguno de ellos, como Julio Anguita, toma algún cargo político, prontamente acuden los pícaros y delincuentes a amargarle la vida y forzar su renuncia. Ser sabio no va obligatoriamente ligado a poseer una gran cultura, aunque en numerosas ocasiones anden parejos. Recuerdo que recién instalada esta farsa de democracia a la española que sufrimos, entrevistaron por T.V. a un pastor de ovejas, a quién interrogaron sobre si iba a ir a votar en las primeras elecciones de "más de lo mismo, pero cambiando los nombres". El sabio pastor respondió: ¡¡Pa qué!!  Toda la intelectualidad progre se destornilló de risa a costa de aquel pobre hombre, arrugado y curtido por el sol y el viento, pero que tenía la suerte de vivir entre borregos, sin serlo. ¡Cuánta razón tenía el pastor!  Esa farsa ha justificado que miles de familias se instalen de por vida en la sopa boba.

Hay gente muy inteligente en España, pero sabios, pocos. Uno de los problemas de la ciencia actual es que fabrican "frikis" que saben mucho de algo concreto e ignoran los demás campos del conocimiento, aunque sea imposible abarcarlo todo. Insisto en que los neurocientíficos debieren conocer lo más básico del "corpus" psicoanalítico y los psicoanalistas, lo fundamental de las neurociencias. Para ser un verdadero sabio hay que entender la vida, agarrarse a las personas en lugar de a las cosas materiales. Los sabios huyen de toda forma de poder o de posible abuso sobre los demás.
Los sabios dudan, cuestionan sus pasajeras certezas, entienden la muerte y asumen con madurez lo efímero de nuestra existencia. Agradecen cada día de esta vida como un inmerecido regalo. Todos sus esfuerzos se encaminan a la plenitud del ser, no a la vaguedad del tener.

Los sabios, como José Luis Sampedro, recientemente expulsado de Bios, ni siquiera nos envían a freir puñetas cuando se van. Simplemente nos miran con pena y lamentan que seamos tan necios y convirtamos la vida en un infierno, atrapados por la envidia, el egoísmo y la codicia. De los pícaros y demás psicopatones no me apetece hablar. Ya aparecen cada día por televisión al igual que los delincuentes, que como habréis observado, ya no llevan faja y trabuco, sino que visten de Prada.  ¡Ojalá lleguemos a sabios!